El Tótem Castor es el constructor. Con sus enormes dientes nos habla del uso que damos a la tierra; el de aprender, el de crear, el positivo. Constructor implica constructivo. Levanta enormes diques en los ríos con los que bloquea la corriente. Construye, pero no estanca, jamás cierra totalmente el paso del agua, aunque sí modifica el paisaje.
Imaginemos que el río es nuestra energía vital en constante movimiento y la construcción son nuestros pensamientos y creencias. Algo aprendido es algo ya pensado que se guarda como inamovible por nosotros; un juicio. Si nos damos opción a procesar esos juicios a la luz de nuestras nuevas experiencias se vuelven intolerantes, están estancados y el flujo de nuestra vitalidad también. Cada vez que pensamos, construimos, pero si lo que pensamos es algo que en su día ya pensamos, no es pensamiento nuevo, y no creamos, sino que destruimos nuestras ganas de vivir y nuestra positividad.
El secreto es construir constantemente nuestro nuevo yo marcándonos objetivos. Objetivos realistas y positivos. Insistir en dirigirnos a ellos una y otra vez independientemente de cuál sea el resultado. A veces la intención puede ser positiva pero puede salir mal. Hasta el propio castor se equivoca; echa abajo troncos que no caen en la mejor dirección. Pero podemos perseverar y corregir el rumbo las veces que haga falta.
Nuestros pensamientos e imaginación son los constructores del mundo y nuestra conciencia se aloja en ellos. Así damos opción a la esperanza, a expectativas constructivas que nos elevan sobre la oscuridad del desamparo. Creamos una alternativa al miedo y enviamos mensajes al cuerpo y al mundo de un mayor deseo de vivir. Porque siempre hay un segundo camino para conseguir un objetivo, el castor lo sabe y por eso nunca bloquea el fluir.