El Tótem Puercoespín es la inocencia entendida como el recuperar de nuevo la confianza en la vida, recuperar de nuevo el lado juguetón. Ellos mismos son animales juguetones incansables con una acusada necesidad de contacto con sus congéneres y también con nosotros, los humanos. Son animales amables, dulces y nada agresivos. Las púas solo las emplean si la confianza se pierde.
Nos muestran la alegría de volver a ser como un niño que confía plenamente y tiene una ilimitada capacidad de aprendizaje y creatividad, que todavía no se distrae con lo que emerge de su inconsciente o con su mente y que todavía absorbe el conocimiento por intuición e imitación, totalmente integrado en el juego.
Hablan del buen uso de la ingenuidad, hacerse simple, naif, natural. No se trata de ser crédulo, influenciable, sumiso, sin voluntad o criterio propio, no es eso, es más bien renunciar voluntariamente a todo lo complicado, lo que surge de los fallos y las debilidades y volver a la armonía, al ser sencillo que se vive como un alivio o liberación porque el rencor pesa en el alma como un lastre que impide que alcemos el vuelo.
El puercoespín nos muestra que hay que hacer un esfuerzo por volver a despertar al niño que aún está libre de los prejuicios que genera el exceso de experiencia y crea diversión, fantasía, sueños, magia, ficción; el niño que juega. Nos habla de aproximarnos a las experiencias como si fuesen nuevas. Liberándonos de las opiniones que ya tengamos sobre ellas, eso es mantener la mente fresca e inocente. Acercarnos a gente de la que desconfiamos como si nunca nos hubieran hecho nada, con la cuenta de haberes vacía, como si acabáramos de conocerlos.
No es juego si hay seriedad, solemnidad, fanatismo, o sea, sin humor ni disfrute.
Hay un mal uso de la inocencia y es el infantilismo. A veces, el amable puercoespín tiene una especie de rabieta que suele representar si nos acercamos a él de forma inconveniente. Arquea el lomo y pone las púas erectas, sacude la cola haciendo un ruido como una maraca y con decisión embiste de costado y dando pequeños saltitos… Con la rabieta, el puercoespín nos advierte del peligro cada vez más extendido de exigir como adultos los privilegios del niño; el no hacernos responsables de nuestra vida, ante cada culpa, hallar una disculpa, un atenuante que nos ha arrastrado a esa acción, el ángel incapaz de cometer ningún mal, mártir perpetuo de las circunstancias o los demás.