En general un felino nos habla de nuestro lado femenino. Todos tenemos un lado femenino. Ellos expresan con su cuerpo lo femenino porque son ondulantes, flexibles, contenidos, ágiles, suaves y delicados, muy sugerentes y sensuales. Simbolizan todo lo que en nosotros es receptivo, pasivo y cambiante: como nuestro cuerpo físico que recibe la vida en su interior y nuestro lado emocional que es cambiante. Lo femenino, lo emocional, es cambiante y oscila entre el equilibrio y el desequilibrio en una danza constante.
Y de entre los Felinos, el Lince es el que inicia el camino en soledad. Es Antropófobo: huye de los núcleos urbanos, y en su ámbito natural es solitario y territorial, características que comparte con el resto del grupo, a excepción de los Gatos.
El Tótem Lince es nocturno y prefiere el bosque y la montaña, siendo el felino más solitario, pero sobre todo, el más silencioso y así expresa simbólicamente el mensaje de la discreción, de los secretos, es decir, del buen uso y el mal uso que hacemos del hablar y el callar.
El Lince nos dice que si queremos un equilibrio en nuestra facultad más brillante: la palabra, hemos de hablar sólo si hay algo constructivo, bello y positivo que aportar, y callar si no encontramos nada constructivo, bello o positivo que decir.
El buen uso de hablar es para aportar o acompañar, para comprender o construir, para reslatar lo bello y lo positivo, y el mal uso para destruir o dañar. El buen uso de callar es para no dañar y el mal uso es para manipular o para la intriga.
El Lince nos avisa de que estamos en desequilibrio si somos bocazas, quejicas, si hablamos sin parar de temas sin contenido, por no escuchar en nuestro interior, o si somos cotillas, o hablamos por darnos importancia, en definitiva, nos avisa de que es mejor ser dueños de nuestros silencios, en vez de esclavos de nuestras palabras. El Lince nos pide que usemos las palabras de la forma adecuada, pues mal usada es un arma afilada como un puñal.